lunes, 23 de febrero de 2009

Instinto

Nada, supera la corriente, cruza al otro lado del rio. Las piedras chocarán contra tu cuerpo, y te dolerá, pero tú no pienses en ello. La caída a dolido, la pierna derecha no, no hay señal de vida en ella, el costado se ha llevado un buen golpe, igual esta sangrando pero, como saberlo ahora? Nada, nada, hay que seguir nadando.
Por mucha fuerza que se tenga, es difícil superar la corriente, te lleva, fuerte, como una armada invencible e inexpugnable, que abruma más al corazón de lo que duele al físico. Te revuelca otra vez en el agua, ahora la desorientación, no saber donde ir, se ve una roca e igual era bueno agarrarse a ella e intentar recuperar el sentido. No ha sido facil, pero se ha conseguido. Sin embargo, no se podrá estar eternamente cogido a la roca, el frio del agua, el dolor de los golpes y la posible sangre de las heridas, terribles amenazas que requieren solución. Otra vez la corriente aprieta, el frio no ayuda a pensar, lanzate a la otra orilla, impúlsate en la roca, intenta ganar unos metros y consigue como puedas los que te falten, llora al destino, suplica por tu vida, pero no te dejes morir, no así. El impulso ha sido satisfactorio, solo queda nadar, pero,,,joder, otra piedra ha dado en el torso al caer en el agua otra vez, esta vez duele mucho, el dolor supera a las fuerzas, es imposible no dejarse llevar,,,
Despierta, todavia estas vivo, solo ha sido un momento, no estas tan lejos de la orilla, nada, nada aunque duela, asi, sigue, no puede acabar aqui, no puede acabar asi. Nada, piensa en ella, en ellos, has quedado en verles, que será de ella sin tí, tantas promesas de felicidad, no se pueden perder en este rio, no es solo tu vida la que esta en juego, también la suya, solo imaginar su cara al enterarse valdría para justificar un esfuerzo sobrehumano, sufre, esfuerzate, rebelate, pero no la dejes tirada. Piensa en ellos, te necesitan, que les dirias si estuviesen aqui, déjales que te vean, aunque sea así, imagina no poder decirles todo lo que querrías, no poder compartir nada mas con ellos, nada, nada.
Ahi está la orilla, Dios, lo vas a conseguir, nada, sigue así, una brazada más, y después otra. Esas ramas, esas te devolverán a la vida, agarrate a ellas, vamos, vamos,,,Ahi está! Sigue, arriba, así. Bien hecho chico, ahora descansa, y no te mires las heridas, no tienen buen aspecto.

martes, 17 de febrero de 2009

Historia del alfarero

“Por favor”, le dijo, “cuide hasta el último detalle. Sé que usted es hombre de buena fama, y desearía que pusiera especial empeño en esta tarea... Verá, aunque la fortuna me ha permitido llegar a ganarme la vida sin tener que trabajar, fui trabajador durante muchos años, y comprendo que pueda querer dedicar parte de su tiempo a otros pedidos remunerados, si usted me entiende. Por eso, a cambio de su total dedicación, estoy dispuesto a ofrecerle diez veces lo que me ha pedido.” Sólo unos pocos minutos después, y tras apalabrar los últimos detalles, el terrateniente abandonaba el lugar.

Habían pasado varias horas y el viejo alfarero todavía no dejaba de dar vueltas a lo ocurrido. '¡Diez veces el precio habitual!', pensaba. 'Un pedido de este tamaño a diez veces su precio normal... ¡Es más de lo que podría ganar en medio año!'

A partir de ese día, el alfarero se dedicó en cuerpo y alma a la tarea encomendada. Ideaba, creaba, pulía y pintaba. Ensimismado en su trabajo, empeñado en mejorar hasta el último detalle, pasaba horas y horas en su empolvado taller. A medida que el trabajo avanzaba, le gustaba imaginarse cómo esas vasijas y jarrones adornarían la probablemente enorme casona del terrateniente. Veía jarrones sobre mesillas de mármol o encima de la repisa de una chimenea. Imaginaba al opulento dueño de la mansión presumiendo de su adquisición, o quizá preparando alguna vasija como regalo para alguna ocasión especial. Le gustaba la idea de hacer algo bueno, de contribuir con algo bello a la vida de los demás, y la alfarería era lo que él sabía hacer.

Vivía en el pueblo un hombrecillo regordete, ya jubilado, buen amigo del alfarero. Había trabajado en la oficina de correo y mensajería toda su vida, y era buen conocedor de la vida de la región. Un día, casi dos semanas después de que el terrateniente ordenara su pedido, nuestro hombrecillo le hacía una visita al afanoso alfarero. Sin embargo, esta visita no dejaría tan buen recuerdo en el alfarero como solían hacerlo las demás.

En cuanto salió a conversación la identidad del terrateniente, el ex-funcionario de correos no disimuló su asombro: “No eres la clase de persona que yo hubiera dicho que aceptaría algo así”. Desde luego, que el alfarero no se había planteado que hubiera algún problema en aceptar el trato. “¿Qué pega le ves? Fue él mismo quien se ofreció a pagar más, yo únicamente...” ni si quiera pudo acabar la frase. Su amigo, de palabra fácil, relató al alfarero cómo ese terrateniente, que en tanta estima parecía tener, no era más que un excéntrico y presumido rico. Le contó cómo, a pesar de su apariencia noble y su trato educado, había llegado a lo que era mediante estafas e incluso robos. Y le contó cómo uno de sus extraños entretenimientos favoritos consistía en reunir a sus amistades y destrozar, “...¡sólo por la diversión del lujo!...”, normalmente a disparos, objetos de lo más valiosos que él mismo encargaba. “Pero tienes suerte” añadió, “porque paga muy bien. Aunque yo no me esforzaría mucho en retocar...”. El alfarero no respondió. Y ya no hablaron más del asunto.

Sí, era verdad, el pago del trabajo era bueno. Sin embargo, el alfarero no lo dudó; no solo interrumpió el trabajo, sino que las obras que ya tenía acabadas, las regaló a quien sabía que las apreciaría. Alguno quiso pagar algo al viejo, pero ni mucho menos alcanzó una suma comparable a la que habría obtenido con el terrateniente. Pero se sentía feliz. Aunque perdía la oportunidad de comprar una nueva casa..., de vestir uno de esos trajes que le hacen a uno sentir importante...

Tiempo después, en una de esas tertulias que se solían improvisar en la plaza de San Lázaro, (a unas manzanas del taller de nuestro alfarero), como ya era frecuente, el tema se había desviado hasta el famoso pedido del terrateniente. Todos se daban la razón entre sí, y se sentían felices por pensar igual. Nadie decía nada bueno del artesano. Hasta que un hombrecillo regordete, callado hasta entonces, que todos habían visto alguna vez en la ventanilla de correos, estalló: “¡No creo que ninguno aquí tenga tanta suerte como él!” exclamó. “Ni siquiera yo. ¡Todos habríamos preferido el dinero!... ¿Y por qué?” aquí hizo una pequeña pausa. Y continuó, algo más tranquilo: “Porque estamos desesperados. Creemos que ahí encontraremos la felicidad, porque no la encontramos en ningún otro sitio. Él usa el dinero para vivir dignamente, pero lo que le hace feliz, él lo tiene muy claro. Es feliz con su trabajo, y su mayor recompensa es saber que sus vasijas y jarrones están en alguna casa, haciéndole la vida mejor alguien. ¡Y nosotros le tratamos de loco! Quizá sea el más cuerdo de todos nosotros...” Dicho esto, se alejó del lugar.

Todos, sin excepción, se quedaron callados, pensando en lo que acababan de oír. Pero (las personas somos así) no es menos verdad que, apenas un minuto después, ya se oían desde bien lejos las risas y las mofas.

jueves, 12 de febrero de 2009

Primera piedra (mental), o primera pedrada

El sentido de los sentimientos está plagado de cartón-pluma. Uno sabe lo que siente, pero uno muchas veces no sabe realmente por qué lo siente. Sentir es un elemento que en el caso del ser humano se "contamina" por la existencia de un, pongamos, más que eso. Sentimos lo que sentimos, pero además sabemos que lo sentimos, y somos capaces de reaccionar o no ante ello; los animales sienten, pero su alma tiene más semejanzas con una máquina, pues ante lo que siente sólo pueden reaccionar activamente; de hecho hay que ir con pies de plomo para afirmar sentimientos en los animales, y no más bien sólo sentidos (tirada de la moto de las 13:36). El caso humano es más complejo, por interferir en él inteligencia y libertad. Los sentimientos se podrían entender (yo al menos, así lo hago) como el primer constructo mental que sigue inmediatamente a los datos sensoriales. Así, a las formas, los sonidos, colores etc., les siguen el agrado o la empatía, la rabia, el miedo, el sentimiento que sea, sobre los que se pueden construir ideas, pensamientos, razones, o lo que proceda. Y de esta manera, los sentimientos se sitúan a medio camino entre lo sensorial y lo racional, en una especie de aura que comparte ambas naturalezas.

Algunas veces colocamos a los sentimientos en el cajón de los sentidos, reduciéndolos a mero dato, y despreciándolos por esa calificación, por ser algo mudable, irracional, puramente individual, poco humano: cosa de gente poco cívica. Otras, por el contrario, colocamos los sentimientos a la altura de las ideas, y les damos el mismo peso ético, gnoseológico, e incluso empírico. La cuestión es que ambas posturas son equivocadas de parte a parte. La primera de ellas, por creer que la aspiración del hombre es una especia de nirvana o de ataraxia, en la que sólo la mente presida la vida en su globalidad. En esta corriente pueden oírse ecos genocidas y totalitarios, y también la desesperanza que provoca el darse cuenta de que existir no sólo es pensar que existo. Respecto a la segunda postura, en la que quizá es más fácil enmarcar el mundo de hoy, el sentimiento explica la conducta, y no la mente; explicar nuestros actos por sentimientos conduciría a un desprecio por la verdad en las cosas. Lo peligroso no son los sentimientos, lo peligroso son las consecuencias de seguirlos a ciegas. De la misma forma que en la primera consideración de los sentimientos, el destino del sentimental es la soledad, la angustia: el ideal del romántico, que no se entiende a sí mismo; porque los sentimientos son muy cambiantes, y no sentimos lo mismo sobre la misma cosa un día que otro, en un contexto que otro.

¿La solución? La de siempre: el equilibrio. El equilibrio que nos aleje a la vez de convertirnos en unos idealistas de hielo (el clásico modelo admirable, pero poco amable), y de la esclavitud sentimental, que nos transforme en pura duda. Ser humanos.

jueves, 5 de febrero de 2009

Vacío

No deseo a nadie la angustiosa sensación de sentirse vacío. En primer lugar porque es el primer paso para caer en un vicio. Pero más allá de eso, porque cuando uno llega a esa situación, es muy difícil responder a la pregunta, y ahora qué?

El vacío en una persona se siente cuando no se valora nada de lo que uno posee, lo cual no quiere decir que lo que esa persona tiene no sea valioso, sino que no lo percibe como tal. El amor por uno mismo desaparece y también el amor por los demás. Primero, la percepción de uno sobre el valor de las cosas es tan destructiva que lo que es innegablemente bueno o bello se ignora, de tal forma que solo se centre uno en lo malo. Después, llega lo peor, cuando la odiosa indeferencia aparece y ya le da igual a uno incluso lo que le hace mal. No piensa, como no piensa no siente y como ni piensa ni siente no vive. Y llegado ese punto, surge esa odiosa pregunta. Y ahora que?

Le tengo pánico a esa sensación, quizá porque soy un enamorado de la vida. Creo que merece la pena vivir siempre y en cualquier situación mientras que biológicamente se nos de la opción de seguir. Cuando las cosas están mal, tiene que doler, porque sino uno nunca querría salir de esa situación y devolver las cosas al bien. Sin embargo, si que creo que en un momento dado cualquiera puede caer en el vacío. Y llegado ese punto, donde todo argumento es nulo, toda idea o religión se rechaza por inútil; parece que la única solución se encuentra si se responde a la difícil pregunta, Y ahora qué?

Digo esto, porque hoy en día hace falta gente que se esfuerce por dar soluciones a los demás. No me refiero a ofrecer un servicio, me refiero a ser humano con los demás. No debemos olvidarnos que si tenemos unos talentos, es una obligación usarlos y no sólo en nuestro beneficio sino también en el de los demás. Hay mucha gente hoy en día que se siente vacía, que corre riesgo de agarrarse a cualquier cosa que les haga caer en la ilusión de llenarles, cuando en realidad les puede destruir. Necesitan saber de otras vidas que son ejemplo y merecen la pena por lo que tienen, miserias incluidas. Necesitan una respuesta, Y ahora qué? VIVE.

martes, 3 de febrero de 2009

Noseología

Dicen que el por qué es expresión que indica asombro. Que ante esa pregunta, ciertos duendes de colores, activan un conjuro que hace al suelo estrellarse contra el suelo; y encontrándose el conjurante en tal situación, aprende a volar; que en tal situación, quien pregunta por qué y sabe abrir sus alas en el momento oportuno, se convierte en un sabio.

La verdad es que es doña Ciencia apasionante; el coco puede hacer girar cualquier universo sólo con su movimiento, pero también hemos sufrido -y sufrimos- por nuestro volar hacia la sabiduría. Nos creemos tantas veces los dioses de la explicación de todo, que nos perdemos el infinito del amor, que reducimos a aparatos; de la belleza escondida en un gesto, en una esquina, en un pasillo... y de tantas otras cosas que no sé. Qué razón tenían nuestros padres cuando para dormir nos cantaban eso de que viene el coco y te comerá... Muchos voceadores se creen que el dato es ya el meta dato; otros asumen la triste labor -como una condena adanesca- de explicarnos todo con números, con dibujos de los dibujos sobre los dibujos. (Quizá sea un negado para las mates por el bello aspecto de su lenguaje.) Esos vuelos siguen su curso, y muchas veces nos quitan de las manos los tesoros de las cosas que intencionadamente desconocemos.

Por eso, declaro glorioso este día porque su mediodía vivió el alumbramiento de la nueva ciencia del desconocimiento: brindemos pues, por la Noseología, o ciencia de la ignorancia.

No quiero saber por qué el cielo es azul (gracias Echeve, por no responder a esto); no me interesa tampoco tener respuesta para el color de tus ojos, ni por qué la primera lección de la vida siempre son las lágrimas; no, lo repito: me niego a saberlo todo. Me niego a dar una razón positiva a lo que no la merece, a explicar la belleza, a tener que contar más allá del uno.

Gracias a todos por admitirme en este blog, y perdonad por el "caos expositivo". ¡Nos leemos!