El sentido de los sentimientos está plagado de cartón-pluma. Uno sabe lo que siente, pero uno muchas veces no sabe realmente por qué lo siente. Sentir es un elemento que en el caso del ser humano se "contamina" por la existencia de un, pongamos, más que eso. Sentimos lo que sentimos, pero además sabemos que lo sentimos, y somos capaces de reaccionar o no ante ello; los animales sienten, pero su alma tiene más semejanzas con una máquina, pues ante lo que siente sólo pueden reaccionar activamente; de hecho hay que ir con pies de plomo para afirmar sentimientos en los animales, y no más bien sólo sentidos (tirada de la moto de las 13:36). El caso humano es más complejo, por interferir en él inteligencia y libertad. Los sentimientos se podrían entender (yo al menos, así lo hago) como el primer constructo mental que sigue inmediatamente a los datos sensoriales. Así, a las formas, los sonidos, colores etc., les siguen el agrado o la empatía, la rabia, el miedo, el sentimiento que sea, sobre los que se pueden construir ideas, pensamientos, razones, o lo que proceda. Y de esta manera, los sentimientos se sitúan a medio camino entre lo sensorial y lo racional, en una especie de aura que comparte ambas naturalezas.
Algunas veces colocamos a los sentimientos en el cajón de los sentidos, reduciéndolos a mero dato, y despreciándolos por esa calificación, por ser algo mudable, irracional, puramente individual, poco humano: cosa de gente poco cívica. Otras, por el contrario, colocamos los sentimientos a la altura de las ideas, y les damos el mismo peso ético, gnoseológico, e incluso empírico. La cuestión es que ambas posturas son equivocadas de parte a parte. La primera de ellas, por creer que la aspiración del hombre es una especia de nirvana o de ataraxia, en la que sólo la mente presida la vida en su globalidad. En esta corriente pueden oírse ecos genocidas y totalitarios, y también la desesperanza que provoca el darse cuenta de que existir no sólo es pensar que existo. Respecto a la segunda postura, en la que quizá es más fácil enmarcar el mundo de hoy, el sentimiento explica la conducta, y no la mente; explicar nuestros actos por sentimientos conduciría a un desprecio por la verdad en las cosas. Lo peligroso no son los sentimientos, lo peligroso son las consecuencias de seguirlos a ciegas. De la misma forma que en la primera consideración de los sentimientos, el destino del sentimental es la soledad, la angustia: el ideal del romántico, que no se entiende a sí mismo; porque los sentimientos son muy cambiantes, y no sentimos lo mismo sobre la misma cosa un día que otro, en un contexto que otro.
¿La solución? La de siempre: el equilibrio. El equilibrio que nos aleje a la vez de convertirnos en unos idealistas de hielo (el clásico modelo admirable, pero poco amable), y de la esclavitud sentimental, que nos transforme en pura duda. Ser humanos.
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