Dicen que el por qué es expresión que indica asombro. Que ante esa pregunta, ciertos duendes de colores, activan un conjuro que hace al suelo estrellarse contra el suelo; y encontrándose el conjurante en tal situación, aprende a volar; que en tal situación, quien pregunta por qué y sabe abrir sus alas en el momento oportuno, se convierte en un sabio.
La verdad es que es doña Ciencia apasionante; el coco puede hacer girar cualquier universo sólo con su movimiento, pero también hemos sufrido -y sufrimos- por nuestro volar hacia la sabiduría. Nos creemos tantas veces los dioses de la explicación de todo, que nos perdemos el infinito del amor, que reducimos a aparatos; de la belleza escondida en un gesto, en una esquina, en un pasillo... y de tantas otras cosas que no sé. Qué razón tenían nuestros padres cuando para dormir nos cantaban eso de que viene el coco y te comerá... Muchos voceadores se creen que el dato es ya el meta dato; otros asumen la triste labor -como una condena adanesca- de explicarnos todo con números, con dibujos de los dibujos sobre los dibujos. (Quizá sea un negado para las mates por el bello aspecto de su lenguaje.) Esos vuelos siguen su curso, y muchas veces nos quitan de las manos los tesoros de las cosas que intencionadamente desconocemos.
Por eso, declaro glorioso este día porque su mediodía vivió el alumbramiento de la nueva ciencia del desconocimiento: brindemos pues, por la Noseología, o ciencia de la ignorancia.
No quiero saber por qué el cielo es azul (gracias Echeve, por no responder a esto); no me interesa tampoco tener respuesta para el color de tus ojos, ni por qué la primera lección de la vida siempre son las lágrimas; no, lo repito: me niego a saberlo todo. Me niego a dar una razón positiva a lo que no la merece, a explicar la belleza, a tener que contar más allá del uno.
Gracias a todos por admitirme en este blog, y perdonad por el "caos expositivo". ¡Nos leemos!
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario