martes, 14 de abril de 2009
¿Aprenderse una fórmula o deducirla?
Cuando el hombre se esfuerza hace un ejercicio admirable y se gana la dignidad que le corresponde. Cuando aprende por amor al conocimiento, hace que todos esos misterios que Dios ha puesto en el mundo se acerquen y cobren sentido. En ese momento, el hombre entra en el juego que Dios le ha propuesto. Deberíamos verlo como el padre que ve por fin como su hijo ha crecido y ha desarrollado la capacidad para entender e interesarse por ese tablero cuadriculado en blanco y negro con piezas en pos de batalla, unas negras y otras blancas, dispuestas a dar su vida por defender a su rey. Cuando alguien trata, por ejemplo, de descubrir cuál es el sentido profundamente práctico del número "i" y cúal el motivo de su existencia, acepta la partida. Es un juego superlativo e infinito. Pero no por ser inabarcable, se hace menos, ni pierde un ápice de sentido. Ha habido grandes hombres que han llegado a plantear una buena partida. Aristóteles, un gran jugador. Santo Tomás de Aquino, Johann Sebastian Bach, Kant, Newton, Platón, Shakespeare, Sócrates, Seneca, Mozart... una gran selección.
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